miércoles, 4 de agosto de 2010

Una lección de vida


Hoy he tenido ocasión de oir una entrevista que se le hacia en programa de radio. Me ha llamado poderosamente la atención su divertida forma de contar las cosas, incluso los episodios vividos más peligrosos para su integridad, pero sus constantes carcajadas daban mayor dimensión a su calidad humana. Una verdadera lección de que los límites son tan solo lo que nosotros mismos nos marcamos.

He aquí su historia, extraída de un periódico local:


El joven catalán de 18 años Albert Casals, a quien una leucemia infantil condenó a desplazarse en silla de ruedas, lleva cuatro años recorriendo el mundo solo, haciendo autoestop y sin apenas dinero porque confiesa que "así soy feliz".

He vivido con ladrones y con traficantes de drogas, y nunca me ha pasado nada malo.

En una entrevista, Albert Casals explica, con una autenticidad inusual y una lógica aplastante y muy sencilla, que su vida es la búsqueda de la felicidad y que lo que le hace más feliz es viajar y conocer personas "totalmente diferentes a las de aquí".

Por eso, su vida los últimos años está llena de recuerdos de viajes a los que dedica varios meses al año y que le han llevado a recorrer casi toda Europa, el sureste asiático, Latinoamérica y Japón.

Su experiencia por todo el mundo la ha resumido en "El món sobre rodes" (El mundo sobre ruedas), y que promociona estos días, y que próximamente se publicará en castellano, han indicado fuentes de la editorial.

En el libro, en el que se intercalan sus experiencias y parte de sus diarios personales, explica que, después de haber padecido leucemia cuando era pequeño, planteó a sus padres, a los catorce años, sus ganas de comenzar a viajar solo y con un presupuesto reducidísimo: 3 euros al día.

Como era menor, cuando empezó a viajar sus padres le tuvieron que hacer un permiso para que no tuviera problemas en las aduanas, pero él asegura que su padre y su madre le dejan ir solo porque "yo estoy bien y feliz", aunque se comunica con ellos, a quienes dedica el libro, por correo electrónico cuando está fuera de casa.

Tras un viaje inicial a Bruselas acompañado por su padre para que se aprendiera qué debía tener en cuenta a la hora de ir por el mundo con su silla de ruedas, Albert ha viajado en los últimos años con el convencimiento de que "todas las personas tienen algo bueno" y que, por este motivo, "no hay que tener miedo" de lo que pueda pasar.

"He vivido con ladrones y con traficantes de drogas, y nunca me ha pasado nada malo", ha explicado este joven, que ha contado cómo se adapta a la vida de las personas que le acogen en sus casas y vive con ellos sus experiencias diarias.

"Si estoy en casa de un pescador, voy a pescar con él a alta mar, y así siempre", indica con su cara aún de niño, ojos brillantes y sonrisa permanente, que conquista al interlocutor desde el primer momento.

Animado por su curiosidad por conocer a gente y su afán a la hora de superar los contratiempos, Albert Casals no se echa atrás ante nada y tan pronto se apunta a subir a un barco utilizando trucos para no pagar -"las islas griegas son fantásticas"-, como recorre Colombia y Perú en autoestop, superando selvas impenetrables por mar, gracias a unos narcotraficantes que le llevaron en su lancha y que le salvaron de caer al agua por el golpe de una ola.

Convivir y conocer personas es el principal estímulo de sus viajes, y no tanto ver monumentos y visitar museos: "De hecho -confiesa-, hoy he visto la Sagrada Familia por primera vez", a pesar de que ha vivido siempre en Esparreguera (Barcelona), a unos treinta kilómetros de la Ciudad Condal.

El próximo viaje de Albert Casals está a la vuelta de la esquina, ya que prevé iniciar una nueva aventura en autoestop en dirección a África, con un destino provisional: Madagascar.


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